martes, 26 de febrero de 2008

Ancora e sempre

¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

(¡No corras!)

La luna de par en par,
caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras

¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!

¡Que no quiero verla!

(Elena, no corras, estás recitando...)

La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!

(Dale a cada palabra su tiempo:

y los toros de Guisando (pausa)

Casi muerte y casi piedra (pausa)

Mugieron como dos siglos

HARTOS de pisar la tierra...

NO.

¡QUE NO QUIERO VERLA!

Continúa)

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!

[...]

No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada,
ni corazón tan de veras.
Como un rio de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!

(¡Muy bien! Así, con calma se recita mejor)

[...]

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.


Federico García Lorca a Ignacio Sánchez Mejías (y hoy, también a mi abuelo).


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me he emocionado al leer la poesia¿cuantas veces la has recitado?.Yo tambien me acuerdo mucho de él en estas fechas.Lmm

Guillermo dijo...

Muy bonito chouns. Le hubiera encantado leerlo. Es una pena q no hubieras podido venir a su misa, fuimos todos, fue bonito.